Nati Canto, la primera mujer bombera de Asturias, que lucha para que nadie se muera ejerciendo el oficio

Nati Canto nació en un pueblín de Bimenes, Asturias, y los domingos ya de mayor le gustaba ir al cine. Pero cuando volvía, a Nati lo que rondaba en la cabeza no era la película que había visto, recuerda que bajaba la ventanilla porque muchas veces veía quemar el monte y aquellas llamas, la abrasaban a ella por dentro. Agarrada con las dos manos a la puerta del coche, viendo como las llamas devastaban el sitio de su recreo, a aquella nena de Bimenes le caían las lágrimas…
Nati es la primera mujer bombera de Asturias y hoy a sus 55 años no solo se dedica a lo que más le gusta, sino que también, su alma de luchadora, de mujer que siempre está en movimiento, de inquietudes y de una capacidad negociadora admirable, la ha llevado a ser Delegada Sindical de USIPA en el Servicio de Emergencias del Principado.
Ya fue la portavoz del comité de huelga cuando en el año 2023, tras casi dos meses acampados, los bomberos consiguieron que el Gobierno asturiano hiciese caso aparte de sus reivindicaciones históricas. Nati estuvo a la cabeza, dio la cara, y sobre todo apagó muchos fuegos, esta vez en un sitio diferente al monte, logró que en aquel Comité de Huelga se implicasen bomberos de todos los sindicatos y “unidos y con la razón en la mano, logramos firmar un acuerdo en el que conseguimos aumentan 123 trabajadores en el servicio, eliminar la categoría de auxiliar de bomberos, que se sacasen todas las vacantes y que el grupo de rescate trabaje 24 horas”.
Nati podría haberse conformado con aquello, pero como siempre le ocurrió en la vida, ella se lo tomó como una señal, la de que había que seguir buscando soluciones y ser capaces de escuchar a las partes. Eso ya lo había aprendido ella desde bien pequeña, cuando en su pueblo aún había niños y pasaban las tardes jugando a la goma, a la comba, a las prendas y a hacer casas en los castaños.
Ahí también había que turnarse, ceder y negociar las normas. Los juegos, como la vida, también requieren de reglas en las que todos tienen algo que decir. “Yo siempre tuve la necesidad de hacer cosas, y el pueblo muchas veces se me quedaba pequeño, porque faltaban oportunidades, yo tengo la sensación de que llevo toda la vida aprendiendo”, relata. Y le gusta, y sonríe, con una media sonrisa que inspira paz y confianza.

“En el instituto ya bajé a estudiar a Infiesto y luego hice Magisterio, por hacer algo, en realidad yo quería ser veterinaria, pero no había medios en casa para que pudiese irme a estudiar fuera”, y otra vez Nati buscó una solución. Hizo el curso de monitora de actividades al aire libre y comenzó a trabajar en el ayuntamiento.
“En casa vivíamos mis padres, mi hermana y mi abuela. Fíjate que mi padre podría haber ido a estudiar Comercio en Villaviciosa, pero no quiso, siempre decía que valía más ser dueño de una peseta que criado de un duro”. Recuerda Nati aquella frase de su padre taxista, que cuando tenía que cambiar el coche se veía asfixiado y ahí su abuela, que se había quedado embarazada de un Guardia Civil y fue madre soltera, ponía el dinero encima de la mesa para que el taxi siguiese funcionando y así, también funcionaba la familia.
“Mi abuela era muy tradicional, mi madre se compró una vez unos pantalones y mi abuela no le dejaba ponerlos”, explica quitándole hierro al asunto, tiene gracia, precisamente porque Nati suele ir siempre pantalones.
De aquella infancia rural en el pueblo, Nati recuerda muchas cosas, y siempre le llega el olor a monte, a tierra mojada, pero también la imagen machacona de las llamas arrasando el monte y olor a quemado. Un día volviendo a casa vio un bando en la marquesina del pueblo, se convocaban unas pruebas selectivas para formar parte en un retén forestal y no tuvo que pensar nada, se apuntó.
“El primer año no entré, pero el segundo sí. Yo tenía 27 años y comencé a trabajar como auxiliar de bombera, estuve varios años haciendo campañas de seis meses, pero en el 2000 ya conseguí trabajar el año entero”. Ahí empezó Nati a trabajar de verdad en lo que le gustaba, cuidando el monte, apagando los fuegos que se desencadenaban. “Yo estaba en el helicóptero, me encanta apagar incendios forestales, se crea una unión con el equipo que es mágica. Luego cuando acabas y nos sentamos todos en el suelo a comer el bocadillo con todas las manos negras… no sé cómo explicártelo, es una sensación muy especial”. Ahí Nati siente que está salvando el monte que tan bien le hace a ella, y que es el lugar al que le gusta ir con sus hijos y su marido.
Ella, primera mujer bombera de Asturias, y que ascendió por promoción interna, dice que el hecho de ser mujer en un mundo que históricamente es de hombre, tuvo sus cosas. “Cuando era retén parecía que me miraban con recelo, yo tenía que demostrar lo que a ellos ya se les daba por supuesto, tenías que ganarte la fama, por así decirlo”, y ella se la ganó enseguida. “Tardé poco, en cuanto ven que curras como los demás…” Ahí se acabaron los cuchicheos.
Recuerda con especial emoción el incendio de Muniellos del 8 de septiembre de 2004. “Ahí sí que nos jugamos la vida, intentamos hacer una línea de defensa, pero el viento cambió de dirección y aquello se convirtió en una ratonera, lo pasamos realmente mal y salimos vivos de milagro”. Los incendios son cada vez más comunes en Asturias y la mayoría intencionados. “Falta educación ambiental; por una parte, la realidad es que la vegetación está colonizando zonas de pasto, por el abandono del medio rural y ahora cuando quema, lo hace sin control.
Si la vegetación llega a tu casa y tienes hojas en el canalón, por ejemplo, tu casa se va a quemar, pero hay que dejar de hacer quemas con la idea de hacer praderas, es un error, lo único que se consigue es que el suelo se haga más pobre. Un prao que tiene que mantenerse, lo que hay que hacer es abonarlo, sembrarlo y cuidarlo“, asegura la primera mujer bombera de Asturias.
Nati sigue viviendo en el pueblo, ahora en uno más pequeño, también en Bimenes, en La Collá. “Conocí a Iván en el monte, creo que no podría ser de otra forma… Él trabajaba en una empresa forestal, estábamos apagando un incendio en Aller y él se acercó asustado, porque vio que éramos bomberos. Siempre me dice que vio un casco negro y que dijo, meca, los bomberos. Yo le dije que se quedara con nosotros y nos ayudó a salvar unos jabatos, bajamos caminando juntos hasta el coche…”, relata y siguen haciendo juntos el camino, él ahora también es bombero, y han formado una familia con sus dos hijos, Noah y Andrea.
“Fueron adoptados no son adoptados, a los niños los adoptas una vez, ellos lo saben. Yo me crie con una prima adoptada y es algo que para mí es absolutamente natural. Creo que son unos niños felices, aunque quizás echan de menos que faltan más niños de su edad en el pueblo, pero el amor por la naturaleza lo tienen y si quieren ser bomberos me parece maravilloso. Este trabajo tiene algo que es gratificante, el poder ayudar a la gente, pero también hay otra parte que no es tan ideal, y es que te juegas la vida casi cada día. Fíjate, en el accidente de la mina de Cerredo del otro día, si llega a haber más grisú, los cuatro bomberos que entraron también estarían muertos, nunca sabes dónde está la ratonera que te a atrapar… En un garaje lleno de humo, en un tejado que se cae, interviniendo en un accidente tráfico excarcelando a la gente… tenemos unos vehículos en precario”, reivindica.

Nati mantiene la ilusión de aquella guaja que miró el bando municipal para poder ser retén de bomberos de Asturias, sigue empeñada en ayudar, porque esa es su filosofía de vida y tiene la capacidad de poder transmitirla. Ni piensa en abandonar la lucha sindical, aún queda mucho por hacer en Bomberos de Asturias y seguirá tirando de su capacidad innata de negociación hasta el final.
“Está habiendo accidentes laborales serios. Cualquier día vamos a lamentar una desgracia y entones la plantilla tendremos que echarnos encima de la dirección y del Gobierno. No hay estructura de mando, tenemos más de cien interinos, sin emisoras, sin procedimientos operativos. Fíjate que no tiene sentido ninguno que en una comunidad de un millón de habitantes hay bomberos de Asturias, y luego están los bomberos urbanos, de Gijón y Oviedo, que cobran 400 euros más, y nosotros trabajamos más porque somos un servicio de emergencias integral… salimos muy baratos”, apostilla.
Aquella “guaja” de Bimenes que era feliz haciendo cabañas en los castaños quiere poder llegar siempre a tiempo, poder ayudar a toda la gente, disponer del personal para hacerlo sin temor a que un compañero o ella misma pueda morir trabajando.
El lunes, Nati iba camino de Cerredo con la unidad canina a intervenir, pero se quedaron a 20 kilómetros porque sus compañeros pudieron actuar antes. No va a dejar de empeñarse en mejorar las condiciones laborales de Bomberos de Asturias y aún menos, va a dejar de apagar los fuegos que asolan el monte. Los busca con la mirada desde La Morgal, donde tiene su base y su helicóptero, y su casco negro, en el mismo sitio donde se hizo bombera y encontró la forma de apagar aquel miedo que le asolaba cuando volvía del cine los domingos.
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